El río que murió por falta de amor

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Hací­a años que no visitaba el pequeño pueblo de mi madre. Los recuerdos de mi niñez se agolparon de pronto al caminar por el sendero arbolado que sabí­a, me llevarí­a a presenciar el furioso caudal de un rí­o que pasaba por la región. Recordaba el ruido del agua correr y mis pies de niña jugueteando con los peces que se acercaban sin temor. ese dí­a lloré, pues el rí­o habí­a muerto

Indudablemente la situación ambiental de nuestro Planeta es apremiante. Las nefastas consecuencias de un sistema de producción insaciable, han sido enfermedad y devastación de cuanto conocemos, y también de aquello que ignoramos pero existe. La falta de amor es costosa.

El actual Papa Francisco S.J., nos comparte en su Carta encí­clica, Laudato Si Sobre el cuidado de la casa común[1], reflexiones que recoge en torno a la problemática ambiental que, como humanidad, tenemos que dejar de ignorar y enfrentar. Y es que éste no es un tema de una religión, o de una postura polí­tica, o de un paí­s en particular; nos atañe a todos los que poblamos, y por ahora, (mal) vivimos en la Tierra.

Al observar detenidamente el problema, reflexionando el texto de Francisco I y, tratando de ir más allá de lo que en apariencia implica, me doy cuenta de que la falta de amor es inmensa. Hemos descuidado lo que sostiene la vida de todos a quienes conocemos; nos hemos enfrascado en interminables jornadas laborales que sólo pagarán las deudas (sí­, sólo eso) y nos hemos perdido del espectáculo de la vida, del propósito de nuestra existencia.

¿Qué refleja de la psique humana el escenario que nos hemos construido? Carreteras sempiternas repletas de automóviles contaminantes (sí­, hasta los alemanes), fábricas en lugar de parques, parques sin niños jugando por la violencia que lacera a la sociedad, escuelas donde se aprende a dejar de sentir y reflexionar y se educa para producir, hogares donde impera la inequidad, rí­os y mares contaminados, bosques que ya no pueden llamarse así­ pues no quedan árboles que los coronen La falta de amor es costosa.

Durante las revoluciones industriales y tecnológicas, el hombre ha puesto en el centro de su atención el anhelo de ser feliz, y el pobre empresario (sí­, pobre, pues también carece de amor) le ha hecho creer que si consume sin mesura será feliz. Ambos no se dieron cuenta de que con lo que llegaron al Mundo ya tení­an asegurada su felicidad: consigo mismos, sin más.

Este tecnocentrismo ha provocado también que se desdeñe lo que en verdad vale la pena: la afectividad, las emociones, la reflexión, la compasión. Hoy por hoy se prefiere a la efectividad sobre la afectividad[2]; el ocio y la contemplación son actividades que se consideran improductivas; los niños incluso ya no juegan, se considera pérdida de tiempo.

No imagino soluciones inmediatas basadas sólo en avances tecnológicos para el tema de la sustentabilidad. Creo firmemente que de inicio tenemos que voltear hacia nuestro interior y propiciar a que futuras generaciones lo hagan. La empatí­a, el respeto y la fraternidad son resultado de un auto respeto y de reflexión. En el momento en el que el proyecto de vida personal sea asumido como un plan de valí­a y que por tanto, merece la pena luchar por él, pondremos atención al exterior, seremos respetuosos con el otro, trabajaremos por un Mundo más sano, más justo; por la Tierra que nuestro proyecto vital merece.[3]

En Fundación Tláloc aprendí­ una frase: “Para ayudar, hay que saber hacerlo, bien, ayudemos a sanar a nuestro entorno enfermo desde el amor a nosotros mismos. Reflejemos con acciones, pequeñas pero importantes, nuestro genuino deseo por vivir y heredar un mundo más justo y acorde con lo que merecemos. La Tierra nos necesita, nosotros a ella, empecemos su salvación en nosotros mismos. La falta de amor es costosa el amor es invaluable, lo cura todo, incluso, hasta al rí­o que murió.

[1] Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco I, Laudato Si Sobre el cuidado de la casa común, Tipografí­a Vaticana, Roma, 2014.

[2] Cfr. Richard Rorty, Derechos humanos, racionalidad y sentimentalismo, The Yale Review, volúmen 81, número 4, octubre de 1993. Traducción: Anthony Sampson. Publicado originalmente en Praxis Filosófica Etica y Polí­tica, número 5 de octubre de 1995, Departamento de Filosofí­a, Universidad del Valle, Cali.

[3] John Rawls, Teorí­a de la Justicia, FCE, Ciudad de México, 1997, p. 172.

Lecturas recomendadas:

Althusser Louis, Ideologí­a y aparatos ideológicos del Estado, Quinto Sol, Ciudad de México, 2011.

Chul Han Byung, La sociedad del cansancio, Herder, Barcelona, 2012.

Nussbaum Martha C., Sen Amartya, La Calidad de Vida, FCE, Ciudad de México, 1996