Las patentes sobre la vida y la retórica de la “sociedad de la propiedad” en la que todo -el agua, la biodiversidad, las células, los genes, los animales, las plantas- es susceptible de convertirse en una posesión expresan una cosmovisión en la que las formas de vida carecen de valor intrínseco, de integridad y de reconocimiento como sujetos.Â
Vandana Shiva, Manifiesto para una democracia de la Tierra
Cada sociedad, cada generación, piensa que su cosmovisión es la correcta. Todos vivimos bajo el manto invisible de creer ser poseedores de la verdad y que nuestras acciones son correctas, buenas, enriquecedoras, éticas. Sin embargo, no existe algo más equivocado que vivir en el solipsismo de las propias ideas; hoy somos testigos de lo que este tipo de pensamiento, sin relación con lo que nos rodea, ha provocado.
La humanidad ha concentrado sus esfuerzos en generar las condiciones que en apariencia le aseguren una vida buena: derechos humanos, tecnología, capitalismo; sin embargo, cada paso que hemos dado nos aleja cada vez más de alcanzar esa meta; ¿La razón? Vivir únicamente bajo “nuestra verdad”. Lo cierto es que no podemos disfrutar de una vida digna de vivirse sin tomar en cuenta lo necesario para que esto sea posible. Durante siglos, los seres humanos hemos desdeñado lo diferente, aquello que al no ser como nosotros, es considerado de menor nivel de valía. Desdeñar al mundo de la Naturaleza nos esta costado la perpetuidad de la especie; aún cuando los hallazgos en salud han avanzado más que nunca antes, a pesar de que los derechos humanos han sido declarados de forma minuciosa e internacional, cuando los descubrimientos científicos nos hacen ver realidades que sólo imaginábamos en otros mundos, la humanidad sigue sufriendo, enfermando, muriendo y ahora careciendo de lo esencial para la vida. ¿Es acaso que el “progreso” tomó el camino equivocado?
Si comprendemos profundamente nuestro lugar y participación en el mundo, podremos fácilmente entender que antes del derecho humano a un ambiente sano están los Derechos de la Naturaleza, puesto que, como un ente vivo que es la Tierra, debe de considerársela como un sujeto de derechos, y nosotros, como sujetos encargados de su cuidado.
A pesar de nuestra total dependencia de la Naturaleza, el sistema de cosas en el que vivimos inmersos nos ha propuesto durante siglos el ponerle precio a los recursos no renovables, y bajo la inconsciencia y falta de reflexión lo hemos aceptado. Aceptamos comprar el agua sin reparar en el daño ecológico que causa su embotellamiento, su transporte, el desecho de su consumo; hemos convenido que pagar una multa por contaminar un río es lo justo y dejamos de preocuparnos por la prevención de estas acciones o, en su caso, de su total saneamiento. Consideramos que es una injusticia pagar una verificación vehicular cuando en realidad lo injusto es movernos distancias cortas en automóvil pudiendo impulsar sistemas de movilidad sustentable como la bicicleta pública, que además de disminuir el gasto familiar, abonaría esfuerzos para mejorar la calidad del aire que respiramos, disminuiría la emisión de gases de efecto invernadero, limitando así, los efectos del cambio climático para conservar la biósfera en la que vivimos. Nunca antes habíamos gozado de tanta libertad, y nunca antes habíamos hecho tan poco con ella.
El problema radica en que la mayor parte de las sociedades conciben a la Naturaleza como fuente de recursos económicos. Hoy por hoy no queda un recurso natural que no ostente la calidad de mercancía y un precio por el bien que nos regala. Ante esta realidad, no vale la pena culpar a tal o cual sector, puesto que a lo largo de este entramado todos hemos convenido en que esta “verdad” es la correcta; lejos de que este razonamiento nos plantee un panorama desalentador, por el contrario, debe dar cuenta del poder de la participación ciudadana en la construcción de realidades. Si bien actuamos (u omitimos) en pro de un consumismo voraz, bien podemos actuar por un equilibrio natural.
El capitalismo por sí mismo, no es una práctica del todo negativa, al final del día lo que propone es la generación de bienes y servicios, el cómo llevarlo a cabo es responsabilidad de todos quienes participamos de él. La falsa moralina bajo la cual hemos construido nuestros sistemas de consumo debe evolucionar a una crítica verdaderamente ética sobre nuestras decisiones de convivencia con nuestro entorno.
Precisamente esa convivencia, el entenderla como el vivir con los otros, es en parte lo que puede marcar la diferencia hacia un genuino desarrollo. Vivir una vida digna no es y, no debe ser, un concepto privativo de los seres humanos. Vivir una vida digna debe comprenderse en la extensión del Todo, de la Naturaleza, de los animales y del hombre, puesto que si no lo observamos de esta manera, difícilmente podemos hablar de prosperidad para quienes siguen nuestros pasos: hijos, hermanos, sobrinos, o cualquier niño que observa el mundo con hambre de aprender a vivir en él y de hacer lo correcto. Galtung nos propone:
“No tomes la vida, no puedes recrearla, ni siquiera con ingeniería genética se puede recrear a ese ser humano. No extingas a las especies en la Naturaleza. Y no hagas tratados de paz del tipo del que se hizo en Versalles que no puedes “deshacer”-¡Puedes haber cometido un error! Y -no es vergonzoso dar la vuelta”1Â
Es posible dar la vuelta. Todos tenemos derecho a gozar del agua, pero la Naturaleza antepone su derecho de ser protegida, pues de lo contrario, no quedará nada. Fundación Tláloc nos propone en el Decálogo Sustentable hacer conciencia de nuestros deberes con la Naturaleza, con el fin de preservar el equilibrio que necesitamos de ella para poder vivir en bienestar. Comprender al agua no como un mero recurso al que tenemos derecho, sino como “Principio de la Vida” nos permitirá hacer conciencia de lo que se espera de nuestro actuar para conservarla, y tú ¿Primero ejerces tus derechos o cumples con tus deberes?
- Galtung, Johan, Juan sin tierra, México, Trascend Peace Universit, 2008.
Visita: www.fundaciontlaloc.org