En la lucha internacional contra el cambio climático es recurrente escuchar que se debe pensar globalmente y actuar localmente; interpretar estas palabras e internalizarlas supone un reto que no puede ser superado a menos que se ponga en práctica, ¡Que se viva todos los días!
Todos debemos vivir un proceso donde paulatinamente vamos tomando conciencia de los impactos negativos de nuestros actos, para después darnos cuenta que también generamos esos mismos efectos por lo que dejamos de hacer o por lo que permitimos que suceda.
Empezamos a informarnos sobre lo que puede hacerse para reducir la huella de carbono o la huella hídrica, nos vamos sorprendiendo de los hilos que se conectan en torno a cualquier objeto que tenemos en casa: la gente que participó en la elaboración de cualquier producto, que si lo hicieron en condiciones justas y dignas o se encuentran bajo algún esquema de esclavitud moderna llamada trabajo dentro de alguna empresa maquiladora; que si hay una retribución económica digna para las personas rompiendo con la especulación y el intermediarismo que sólo encarece el precio final de compra; que si se respetaron los ciclos naturales de los distintos sembradíos o se vieron alterados por químicos; que si se devastaron bosques por obtener un material empleado en los componentes de algún dispositivo móvil; que si se pueden reutilizar los envases o empaques de lo que consumimos para evitar tirarlo a la basura o mejor aún, que si debemos separar los residuos para que éstos lleguen a alguna empresa que los recicle; en fin pareciera interminable la lista de cosas que hay que considerar antes de saber si se puede o no hacer algo, que puede llegar a sentirse una especie de parálisis interna o incomodidad con lo que ocurre a nuestro alrededor y con nosotros mismos…
Y es que el cúmulo de información es mucha, nos piden que adoptemos valores universales como los contenidos en la máxima iniciativa de la sociedad civil internacional en materia de sustentabilidad, la Carta de la Tierra, pero la sociedad global está tan alejada de los ideales de conducta ética que ahí se describen que muchas veces pensamos en estos documentos como eso precisamente, documentos si acaso lindos que no sabemos trasladar a nuestra vida.
Conscientes de esta situación, en Fundación Tláloc, nos dimos a la tarea de hacer una propuesta por traducir en acciones, individuales y colectivas, lo que nos decían aquellos documentos, principalmente la Carta de la Tierra. Resultado de ese esfuerzo vio la luz el 20 de marzo de 2007 el Decálogo Sustentable, una guía que nos acompaña, primero, para que adquiramos hábitos más amigables con el ambiente en nuestra vida diaria y, segundo, en el plano colectivo volviéndose una plataforma dinámica de la cual surgen los diferentes movimientos por la sustentabilidad: movilidad; energía, consumo responsable; naturaleza; sociedad justa; participación ciudadana; ir más allá; residuos sólidos; agua y; valores.
Es entonces que cada tema se vuelve un movimiento, a la vez que la integración de todos ellos da pie a un gran movimiento por la sustentabilidad, un movimiento que busca generar un impacto positivo comunitario, un movimiento que reúne a la gente interesada en ese tema en particular que a la vez comparte la meta del bien común. Los movimientos conforman sus propias células de voluntarios que van moldeando y dando vida a los proyectos que siguen nuestro Modelo SIRA, el modelo mediante el cual construimos ciudadanía ambiental al Sensibilizar, Informar, Reflexionar e invitar a la Acción.
Hoy la fundación Tláloc y el Decálogo Sustentable te comparten su expertise y su know how a través de la plataforma ¿Cuál es tu sueño?, tienes alguna idea de cómo generar un cambio positivo en tu entorno, en tu comunidad, quieres actuar localmente pensando globalmente, no lo dudes, esta es una plataforma para ti.